Carta de una vieja presidenta a una joven presidenta

miércoles 14 mayo 2014

Entre 1999 y 2001 aproximadamente fui presidenta de Alma. Tenía treinta y pocos años, trabajaba en cine y televisión y recordaba muy bien el día, unos años antes, en que la principiante que yo era, fue invitada a participar en una acalorada reunión de los entonces exiguos socios de la entidad. Allí estaban gentes como José Luis Cuerda, Manolo Matji, Rafael Azcona, Lola Salvador y Fernando León que me impresionaron tanto como me intimidaban. En cuanto cumplí los requisitos, me hice socia y de allí en adelante acudí donde se me convocó, porque lo que sí tenía claro es que, tímida o no, era infinitamente mejor estar con los compañeros que estar sola. En el proceloso y tantas veces tempestuoso negocio audiovisual, Alma se convirtió en mi casa.

Hace algunas semanas me acerqué al Matadero para escuchar a Greg Daniels en el seminario organizado por Alma. A medida que me aproximaba al recinto, me fui poniendo más y más nerviosa. Inevitablemente me tenía que incorporar a los grupos de asistentes y me estaba invadiendo la misma timidez de aquella vez veinticinco años atrás. En esta ocasión lo que me intimidaba no era ser una novata entre profesionales, esta vez me sobrecogía ser un dinosaurio que ya no escribía guiones entre tantos guionistas jóvenes en activo. Por suerte el apuro se mitigaba un poco al constatar que en todo este tiempo los socios de Alma se habían multiplicado y muy especialmente las socias, cosa que me generó enorme placer, bastante orgullo, gran confianza en el futuro y, ya que estamos, admiración por la especie humana.

Han pasado muchos años desde 1999. Me han pasado muchas cosas en el oficio como en la vida, algunas de las cuales me han alejado de la escritura de cine y televisión, quizá momentáneamente, ojalá que no permanentemente, pero lo que no se ha alejado de mí es la sensación tan nítida de inventar historias con otras personas. Tejer la trama fundiendo tu imaginación, tus experiencias, tus ideas, tus sueños, tus angustias, tus recuerdos, tus preocupaciones y tus diversiones con los de otro escritor no se parece a nada. Construir historias, inventar vidas ajenas con ladrillos que cueces en tus tripas y en tu cabeza al lado de otro ser humano, en días buenos como en días malos, resguardado, azuzado o cabreado con él, es parte de la belleza de un oficio que tantas veces es ingrato, incomprendido y desesperante.

Si después de asistir a los seminarios de Greg Daniels y los Jacquemetton he vuelto a casa mucho más contenta de lo que llegué, no es únicamente por las perlas con que éstos nos han obsequiado, sino por los besos los abrazos y los cómo te va de mis antiguos compañeros.

Esta vieja presidenta de la edad arcaica, quiere felicitar y agradecer a la nueva Presidenta de Alma y su actual junta la organización de estas dos Master Classes, pero sobre todo, quiere agradecer a todos los socios y sí, voy a decirlo, todas las socias de Alma, descendientes directos de Azcona, Matji, Salvador y compañía, que me hayan permitido recordar cómo era aquel oficio apasionante, pero sobre todo, cómo era escribir relatos humanos codo a codo con otros seres humanos. Una asociación gremial no es sólo importante por lo que defiende, sino también por lo que genera: la conciencia de que somos muchos, no estamos solos y vale la pena hacer lo que estamos haciendo.

Gracias y felicidades. Ya lo dijo un día Joaquín Oristrell, está bien irse, pero es muchísimo mejor volver.

Ángeles González Sinde